Y el día llegó,con ese nerviosismo que nos caracteriza cuando uno se pone un dorsal, cuando llevas tiempo preparando un reto, mi reto.
Llegamos tempranito a por la guagua que nos llevó a La Caldera y no paramos de hablar en todo el trayecto, se notaban las ganas, había «chispa» en el ambiente, se daba todo lo necesario para que fuera un gran día.
Allí estábamos, foto de familia y a por el reto. Lo tenía muy claro, quería entrar a meta con Jose Luis y volver a tener esa sensación después de tantos entrenamientos, tantas charlas en esos montes y tantas risas.
Pistoletazo de salida y al tajo. Íbamos sueltos, nos conocemos el más mínimo gesto y los dos estábamos como motos y totalmente seguros de que estábamos preparados.
El primer tramo genial, aquella lluvia que enfriaba el día y la sensación del trabajo bien hecho.
Llegamos a la base del Asomadero con veintitantos kilómetros en las piernas y pasito a pasito, al golpito, llegamos a la cima.
empezamos a bajar el cortafuegos y ahí empezó realmente mi reto personal.
De repente noté que volaba, mis pies hacia el cielo y el impacto contra el suelo fue terrible. No me dio tiempo a reaccionar y caí de espalda contra un pedrusco que sobresalía entre tanto barro. Me quedé prácticamente sin respiración y el dolor era inmenso.
Seguí hacia abajo, intentando mantener el tipo, pero la espalda me daba unos pinchazos muy fuertes y poco a poco me fui debilitando.
Ya por la Rambla de Castro le dije a Jose que siguiera, me sentía un poco culpable de retrasarle su ritmo, estaba fuerte como el vinagre, eufórico, con unas fuerzas tremendas, no tenía derecho a pedirle que me esperara, así lo sentía yo en ese momento y me fui quedando poco a poco. Cuando tuve el primer y único pensamiento de abandono, rápidamente, pensé en los míos, la causa por la que corro, lo que significamos para esas personas.
Levanté la cabeza y a mi lado estaba Sergio, otro pichón que andaba tocado y decidimos ayudarnos, tirar uno del otro hasta el final y así lo hicimos, tirando de corazón y de compañerismo, justo lo que nos caracteriza a los componentes de esta bendita familia llamada Pichón Trail Project.
Entramos por la meta eufóricos y cuando llegué a la carpa donde estaban los compañeros, rápidamente me acompañaron a los servicios médicos, no sin antes darnos un abrazo, ya que sabían como había llegado.
Esta es mi crónica, mi relato de un día especial, lleno de sensaciones dispares.
Me quedo con varias cosas: el compañerismo, la lucha, la mentalidad del nunca rendirse y el haber recuperado a un viejo amigo, pero esa es otra historia.
Espero que les haya gustado.Un fuerte abrazo pichon@s.
TINO