El pichón Alex nos relata su experiencia en los 27 kilómetros de Pinolere del pasado sábado. Alegría, sufrimiento, superación y humor. Un mensaje emocionante que compartimos con nuestros seguidores, gracias Alez #juntosvolamos
No soy muy amigo de escribir sobre mí, pero cierto pichón que no voy a nombrar -solo diré que su nombre empieza por D y acaba por ioni para mantenerlo en el anonimato- me animó a ello.
El sábado 27 de abril participé en los 27 kilómetros de Pinolere y conseguí finalizarlos, algo impensable para mi hace un año. Precisamente hace un año participé, por primera vez, en una carrera de montaña: los 11 kilómetros de Pinolere. Fue algo que me enganchó totalmente, cambió mis hábitos y me metió este deporte en vena directamente. Tengo que decir que unas semanas antes me habían metido el gusanillo y la curiosidad, un día que fuimos al Asomadero, sino recuerdo mal Dioni, Leo y Sonia; ese día ya algo hizo click.
En fin, a partir de ahí empecé a participar en carreras y hacer algunas medias y poco a poco plantearme este reto. Tengo que asegurar que para mi estos 27 kilómetros eran mi reto. Cada uno tiene sus propios retos y pequeños sueños y este era el mío. Me lo propuse entrenando siempre con los carretas haciendo km y llenando de buenos momentos la saca. Ya en noviembre la cosa iba a más cuando se junto otro pichón, alias el míster, que me descubrió senderos nuevos y con sus consejos la cosa ha ido a más. Ya entrando en enero y enfilando el reto, cada fin de semana no faltaron entrenamientos con alguna dificultad por el camino, pero ni una queja: sabiendo lo que algunos del grupo van peleando cada día, no cabe ni una mínima queja.
Así que llegó el día: estamos todos en la salida; no faltan consejos de última hora y ánimos entre los pimpollos del equipo. Salgo escopetado y toca subir esos 2 kilómetros interminables. Ya metidos en la pista las cosas van bien; me acuerdo de los consejos del míster y voy alegrito, en los avituallamientos me llevo un puñado de chuches que parece que voy a un cumpleaños y todo va bien hasta la cruz del Dornajito. Ahí queda volver unos kilómetros por la pista hasta la base de la Caldera. Esa parte sabía que iba a ser dura, encima me llevo un sopapo psicológico cuando fui a echarme las sales y se me habían desintegrado (no se si me mojó el recipiente donde las llevaba). Termino la pista y empiezo la subida hasta la Caldera y el Guanche, me encuentro a Noe con el pitufillo sacando fotos, y en el Guanche a Tino, entre los dos me dieron un pequeño empujón (como nos habrá pasado a todos) hasta arriba. Se termina esa subida (no sé quién diseña estos recorridos) y toca bajar y recuperar, pero con miedo de que aparezcan los temidos calambres. Llego hasta la Casa del Agua, no vienen esos calambres. Me digo «bueno parece que no es para tanto no tener sales». Pero llega esa última subida a falta de 4 o 5 kilómetros y pensé que no iban a seguir poniendo cuestas. Me acuerdo de las sales y del azúcar y de todo. Me vengo un poco abajo, pero recuerdo a todo el mundo, a mi familia que dirá «¿para eso fuiste, papi, para quejarte?», del equipo, y me digo: «¡NO! ¡aquí no me voy a parar ahora!». Y termina la subida. Quedan dos kilómetros de bajada y ya no siento ni padezco, pero bajo como si estuviera empezando y llego a meta. «¡Qué alegría! Lo he conseguido!» Busco a los compañeros y a comer paella, dos platos que me cepillé y qué alegría compartirlo, a todos les fue muy bien y encima veo entrar a Salva y Jochen y todos en casa.
Este relato se les habrá hecho largo como a mi la carrera, pero el tener un pequeño reto entre manos, el tener alguna ilusión en algo te hace que la rutina diaria lo sea menos. Quería darle las gracias a todos, a los carretas por meterme esto en el cuerpo y por los entrenitos con final feliz, al míster por sus consejos y entrenos y al grupo por poderlo compartir con ustedes porque todo lo que hay alrededor hace que esto tenga otro nivel, mucha gente buena aquí. ¡¡¡A seguir soñando y volando!!!