El ser humano es un animal de costumbres, de hábitos. Funciona a fuerza de repetir cosas y el cambio genera resistencias a veces insuperables. Sin embargo, afrontar el cambio con valentía y vigor, está demostrado, enriquece y fortalece a los individuos. El cambio, los cambios, aportan visiones diferentes, perspectivas más amplias o pequeñas, pero diferentes al fin.
Comencé a correr hace muy poco. O mejor, volví a correr hace muy poco. En los noventa ya lo hacía. Pero por diferentes razones, supongo que la mayoría relacionadas con la zona de confort, dejé de hacerlo. Mientras, por el camino jugué al balonmano, a fútbol sala, me saqué un par de cinturones en el tatami de judo, e incluso tonteé con otras disciplinas menos glamurosoas.
La cosa es que, gracias al vuelo de los pichones un día me planteé aquello del cambio. La estructura de mi cuerpito me dijo, como decía mi padre “redondamente” que yo ya no estaba para andar por esos montes como una cabra. Mis rodillas también se mostraron reacias y reticentes a ese cambio y amenazaban con infligir dolor continuo cada vez que pretendía “echar unos kilómetros”.
Pero, a fuerza de cabezonería -el arma de la gente de mi generación- me empeñé en sumarme a esta “bendita locura” como dicen algunos de los que están aquí. La carretera de la Luz se convirtió de nuevo en mi campo de entrenamiento hace casi cuatro años, y cada vez que echaba el hígado por la subida de la Iglesia de La Luz me decía: “por mis narices que voy a correr. Y voy a correr en serio, voy a hacer la Bluetrail”, me dije, como un objetivo casi inalcanzable -y pensando solo en la modalidad Media.
Y créanme que podía haber abandonado. Que no me iba la vida en gastar gomas de tenis de colorines, que no necesitaba arrastrarme por los senderos, ni levantarme a las 6 un domingo para hacer una tirada -para poder respetar a la familia y disfrutar de todo el resto del día con ellos.
Los que hayan llegado hasta aquí dirán: “y entonces, ¿para qué nos cuentas todo esto?” Lo cuento porque quiero compartir que lo que me ha motivado a sacrificar toda la comodidad que año tras año había acumulado solo se debe a un sentimiento solidario, a la satisfacción de recibir una sonrisa de cada persona con diversidad funcional que conozco, con esclerosis múltiple, con ELA, con cáncer o con parkinson, cuando me ven corriendo y se alegran haciéndose partícipe de que yo sí pueda correr y ellos no. No hay dinero, ni sofá, no hay cama ni sueño, no hay nada que se iguale a esa sensación de gratitud que se muestra en sus labios y en sus ojos, y hasta en sus palabras.
He recibido el cambio ya con bastantes años. Creo que antes nunca lo había afrontado porque no era capaz de ver más allá de mis propios deseos, beneficios o placeres. Y gracias a las personas que tienen EM, gracias a Marino, gracias a los pichones y pichonas, me he dado cuenta de que el cambio solo puede empezar cuando dejamos de mirar hacia dentro y comenzamos a hacerlo hacia fuera.
Es en ese momento cuando empiezas a sentirte pleno, feliz y agradecido, y es en ese momento cuando se te plantea esa frase de “no se puede decir no se puede”. Sí se puede, y si por alguna razón tienes dificultades para poder, siempre habrá alguien que te ayude a poder. Yo te ayudo. Yo soy pichón.
(Ah, y ya he terminado tres Bluetrail)