Se acercaba el día de la carrera. En unas semanas estaría corriendo la Ultra de la Bluetrail, la prueba de montaña más exigente de la isla. Sabía que para hacer 105 km iba a necesitar mi mejor versión para acabarla con algo de dignidad y solvencia. Para afrontarla me preparé a conciencia, aun no sabiendo si hacía lo correcto. Leía y releía artículos sobre cómo afrontar pruebas de este calibre. Siempre he creído que leer las experiencias de los mejores, me ayudarían a crecer y a aprender.
Cuando apenas me había dado tiempo de asimilar todo lo que se me venía encima, el calendario pasaba página inexorablemente. Contaba con el apoyo incondicional de mi familia y amigos. Sabía que en los momentos de flaqueza, pensar en ellos me iba a dar esa fuerza necesaria.
El viernes a las 21:00 horas, la guagua salía de Puerto de la Cruz para llevarnos hasta el punto de salida en la Playa de Fañabé. Ya había empezado mi carrera. El primer gran reto deportivo de mi vida. Aquel trayecto no hizo más que incrementar los nervios que inundaban mi estómago. Aquella hora y media de carretera se me hizo eterna. Leer los mensajes de ánimo que me habían escrito, a través de redes sociales, me daban el equilibrio necesario para contrarrestar aquel manojo de nervios. “Ante las mil caras, múltiples sonrisas”. A nuestro lema me aferré. Sabía que iba a correr representando a muchas personas que luchan a diario por salir adelante con la dura enfermedad que es la esclerosis múltiple.
En apenas media hora iba a empezar mi carrera. Sin esperarlo, aparecieron mis primos Yeray y su novia y mis amigos, Roberto y Julián. Aquello fue un subidón que significó un bálsamo para los malditos nervios. A la salida me fui con una sonrisa pero con la responsabilidad y respeto que me generaba la prueba. Comenzaba el reto.
Empecé a correr, correr y correr como nunca lo había hecho. Los nervios desaparecieron y mi optimismo se disparó. En Ifonche me esperaba mi padre para acompañarme y ayudarme en los avituallamientos. Ahí estuvo toda la noche y todo el sábado pendiente de mí. Impagable su labor.
Yo seguía haciendo mi carrera y corría, corría y corría; con cabeza, pero corriendo; con corazón, pero corriendo. Tanto corrí que me perdí 6 km. ¡No me lo podía creer! Se me pasó de todo por la cabeza, pero nunca abandonar porque rendirse no era una opción. Luché por retomar la carrera y así lo hice. Sabia que ya mi tiempo final no sería el que yo hubiese deseado pero también pensé que yo había ido a disfrutar. Pensé en mis entrenos y disfruté; pensé en el esfuerzo realizado y disfruté; pensé en mis pichones y disfruté.
Con algo más de dos horas de lo previsto, ya estaba en el Puerto de la Cruz. Contenía la emoción pero iba volando, enfilando aquella meta. Ver a los pichones en aquel trayecto fue lo más maravilloso de la carrera: Marino, Isa, … una marea rosa que me llevaron en volandas a la meta. Mis hermanas, mis amigos, mi padre, mi mujer, mis hijos, … todos aplaudían mi llegada pero yo sentí que aquella carrera era de todos, de todos los que me habían apoyado de alguna u otra manera y para ellos van dedicados mis 111 kilómetros, porque “juntos volamos”.
Gracias.
