El viernes no tocó correr, el viernes tocó cine. Fuimos a ver cómo Ramón Arroyo fue capaz de decirse a sí mismo que lo de rendirse no cabe, que lo de bailar con una mala compañera sólo puede arreglarse estando atento y no dejando que te pise, y que al cabo del tiempo, hasta con alguien que no sabe moverse se puede uno marcar un vals o un tango, o lo que sea.
Decía que fuimos a ver una peli: risas, complicidad. Esta gran familia organizó “una tarde de cine”, y parecía que alguien en algún lugar de la Península la había escrito, ideado, rodado y producido pensando en esta bendita locura de los pichones. Parecía que aquellos diálogos de 100 metros los habían tomado de las publicaciones de nuestro Facebook, de las líneas de nuestro chat. Parecía que todo estaba preparado.
Se apagaron las luces de la sala y todo lo que empezamos a ver nos era familiar, a algunos más que a otros, sin duda. Y cuando una actriz dijo “corre por mi” más de uno de los que estábamos sentados en el patio de butacas reventamos a llorar, sin freno. “Corre por mí”, había dicho. Luego, hubo un momento en el que la pantalla se fue a negro, en el que se hizo el silencio de la música, que no había diálogos, y prometo que oí el palpitar de los corazones de todos los que estábamos en el cine. Juro que resonaban todos al mismo compás.
Al día siguiente, toda la tarde llovió. Llovió como si el mundo se fuera acabar a fuerza de diluirse en agua. El otoño aún no ha llegado con fuerza. Pero era imposible programar la Castáñate las Patas sin pensar en que al menos hubiera algo barro. Tenía que llover.
Los que no estamos acostumbrados a esto de las carreras pensamos que el domingo no íbamos poder salir a correr, que no iba a mejorar, que mejor lo dejábamos. Estaba mi cabeza dándole vueltas a estas ideas y, como un relámpago, me vino la imagen de Ramón Arroyo, encarnada en Dani Rovira, corriendo bajo la lluvia. “¿Seré simplón?”, pensé, “rendirse no es una opción, y ¿me estoy asustando con un poco de lluvia?”.
Pero el domingo, por fortuna, amaneció radiante, ni una nube en el cielo; la lluvia había servido para dar lustre a un nuevo día, a un importante día en el que “todos íbamos a ser uno”. De aquí, de allí, conocidos y nuevos, corredores experimentados, trailers suicidas, veteranos de vuelta y jóvenes promesas… fuimos llegando a la Avenida de Anaga. A este le doy la mano, a este un beso, a este un abrazo, este no sé quién es… pero todos unidos con el Pichón en el pecho y la sonrisa en la cara. La ciudad se Santa Cruz hervía de deporte con su flamante Maratón. Tres distancias, miles de deportistas.
Y cuando llegó el presidente, con el ánimo que no le cabía en la camisa, pensé “agüita el que tenga que empujarlo, porque un corazón como ese no es liviano de llevar”. Nos regaló el #Pichónpower, y como cuando un niño se pone la estrella de Sheriff y no hay bandido que se le enfrente, nos pusimos aquella chapa bien visible y salimos allí a comernos el mundo metro a metro, despacito, al ritmo del más lento, empujando la silla de Marino y levantando el mensaje, nuestro mensaje, el que dice que corremos por los que no pueden hacerlo, el que dice que mis piernas son sus piernas.
“Gente pequeña en lugares pequeños haciendo cosas pequeñas… Pueden cambiar el mundo. El poder del amor y la amistad”, escribió Sara en su Facebook junto a la foto de la salida.
“Podemos cambiar el mundo”, “#podremos” que dice Sonia; qué impresión sentí cuando leí ese mensaje, ¿seguro? pensé convencido que este grupo ya lo estaba haciendo, que ya estaba cambiando percepciones, aportando ideas, desarrollando microproyectos, visibilizando la Esclerosis, empujando en un solo sentido, dejando una pequeña señal…
Una hora después terminamos de correr, algunos más cansados, otros menos, pero todos juntos, y cruzamos la meta; Marino se levantó y con su muleta cruzó la línea de llegada paso a paso, sus 20 metros, sus cien metros, su #rendirsenoesunaopción. Los que estaban allí rompieron en un aplauso unánime y caluroso. Ayoze Pérez, que había volado sobre los 8km, coronó a Marino como ganador, él ganó por él. En cierta manera Ayoze corrió también con nosotros, pero el primero, y sus piernas fueron las piernas de a los que la Esclerosis múltiple no deja correr. Porque le dio su trofeo a Marino y a todos los que piensan como él, los que piensan que no hay sitio para la rendición, y nosotros a él nuestro agradecimiento, nuestro abrazo fuerte y pequeño por hacerse uno más de nosotros.
Porque cada día somos más, porque esta bandada de pichones ya ha levantado el vuelo y no hay quien la pare.
Leoncio.