La semana anterior habíamos ido a repasar esos senderos. Un calor inusual endureció quizá más el trayecto, pero las sensaciones fueron buenas: carrera dura, paisaje impresionante. La noche antes de la prueba, como en todas, nervios, algunas mariposillas en el estómago, la revisión habitual: el dorsal en el portadorsal, el bidón a la nevera, las barritas a la mochila, los tenis con el chip enhebrado… Para algunos, como quien les escribe, casi un bautizo de montaña, una segunda tentativa en el trail (la primera, Solidaria de Anaga, había sido casi un paseo entre amigos).
Temprano, aún con la brisa fresca del amanecer, tocó recoger a los pichones, uno aquí, otro allí. Coches que suben, gente que sonríe detrás de las ventanillas y que en sus caras llevan escritas las palabras correr correr, divertise divertirse. Arriba, pantalones cortos, medias de compresión, muchos colores, plátanos, barritas “muchacho te caíste de la cama???”, “vamos a por ello!!!!”, “ lo duro está en los primeros 27 km”…
Y nervios, muchos nervios. A medida que el sol empezaba a salir por la ladera todo se iba aclarando, Marcos empezaba a llamar a la salida a los de la larga. Revisar el material, los pichones “más poderosos” a la línea de salida, y con el sonido del bucio, a correr!!!
Media hora más tarde es nuestro turno: tenemos un equipo bueno para la carrera pequeña: Sonia, Ana, Edu, el otro Edu, Lolo, Dioni y yo (Leo). Chocamos las manos y vía libre. Eduardo despega, no lo vimos más hasta la meta. El resto poco a poco.
Equipo de seis pichones volando por los altos de La Orotava. Dos kilómetros verticales que nos quitaron el aliento. En la cima, reagrupamiento. Sesión de control y decidimos que los seis seriamos uno en esta prueba. Que, como habíamos hecho hacía algunos meses en Santa Cruz, iríamos al ritmo del más lento, ahora tú, ahora yo, pero juntos los seis pichones, porque si se trata de visibilizar lo haríamos más si íbamos todos a una.
El pobre Edu tuvo que sufrir, en los nueve kilómetros que nos quedaban algunas peculiaridades con el grupito este: descubrió el #ritmocarreta, percibió que se encontraba inmerso en el equipo casi del imserso (sobre todo cuando se le ocurrió decir el año en que había nacido), y se adaptó como un grande a las circunstancias.
Con todo, fuimos completando la prueba: paisajes irrepetibles, un día magnífico, cielo azul resplandeciente, bromas, amistad, risas, resuello, alguna caída ¿qué más se puede pedir?
Y cuando empezábamos a escuchar de nuevo la voz de Marcos desde su posición de speaker nos pasó como una exhalación Cristopher Clemente y sus tres perseguidores.
Nosotros a lo nuestro.
Cuando llegamos “al cemento” nos pusimos, espontáneamente, en formación, cada uno agarrando por una punta la banderola, y entramos en meta con los pelos como tachas y la satisfacción de haber terminado otra carrera por los que no pueden correr. Fuimos uno durante las dos horas, fuimos un montón, lo hicimos juntos, corrimos, otra vez, por la esclerosis múltiple.
Al cruzar la meta nos fundimos en un abrazo los seis. Las sensaciones de haber ganado otra batalla a la EM (con Sonia a la cabeza) no tienen precio. Lo juro.
Leo.